Segunda noche en #acampadasol (18 de mayo de 2011)
«Hace dos días que empezó a ser lindo, juntarnos de a muchos para saber qué pocos éramos» Mario BenedettiEsta noche prácticamente no ha habido reunión de las comisiones. Llovía.Yo mismo me di cuenta de que el ambiente no era el mismo. Todo el mundo bajo la lona, más alcohol, menos debate. Repito, llovía. Una lluvia que, sin embargo, no ha disuelto la concentración. Y eso que su poder era anoche mucho mayor que el de cualquier Delegación del Gobierno.
Los hombres de las cavernas, si llovía, se metían en una cueva. No discutían bajo el agua el flanco más apropiado para atacar al mamut, ni el ángulo idóneo de la punta de sílex, ni el espesor adecuado del vestido de piel de bisonte. Simplemente se guarecían y esperaban a que dejara de llover.
A las doce de la noche hay un debate caliente en la comisión del manifiesto. Hablamos por turnos, que salvo excepciones (las ideas son tantas y tan fuertes que se nos escapan de la boca), se respetan con mucha más disciplina que en el Congreso. Nadie golpea las baldosas y abuchea al orador. La idea es recoger propuestas que, a menudo, son bastante más vagas de lo que uno quisiera. No importa. Como dice la amiga que me acompaña, por algún sitio hay que empezar. Algunas como retirar la subvención pública a los sindicatos, suprimir la pensión vitalicia a los políticos -«que coticen como el resto», grita un hombre-, establecer por ley una cotización mínima de la educación secundaria, FP y universitaria o decretar con carácter retroactivo que la vivienda salda la deuda, aunque ésta sea mayor que el valor del inmueble son algunas de las más tangibles. Se habla de cosas importantes. Y uno tiene la idea de que muchas de ellas las suscribiría una amplia mayoría de la población.
Aparece la lluvia. Se debate si seguir allí o dejar de mojarse. El aguacero del debate es más fuerte. Bajo un buen manto de agua se continúa con la tormenta de ideas. La chica que apunta las propuestas recibe un paraguas. No es para ella. Es para proteger el papel. «Que no se mojen las propuestas», se oye desde varios puntos del corro que hemos formado. Protegerían antes ese folio que el original de la Constitución de 1812.
El corro va perdiendo fuerza con la lluvia. Como verter lentamente un vaso de agua sobre una acuarela de Van Gogh. Algunos se alejan porque el turno de palabra empieza a ser un «quién da la vez» en un puesto del mercado. En el pequeño caos borrascoso una señora monopoliza el megáfono desde hace varios minutos, arengando en contra de un partido concreto. Abucheos. Nadie quiere ni oir hablar de ellos. Yo también me retiro. No hay prisa. No hay porque aguantar ese aguacero inclemente. Si llueve, se para, se descansa. Cuando rompa el sol saldrán de debajo de la lona. En mi caso, de detrás del teclado. Hay que parar a descansar. Todos bajo la lona. Son muchas horas y ahora la lluvia. Todos lo entienden. Yo me marcho. Bajo el agua llego hasta el coche, aparcado en el mismo sitio que la noche anterior. Mi punto de partida es la Calle Montalbán. Y me voy con ganas de que llegue pronto la noche para poder regresar. Son las 02:30 de la madrugada.
Jueves. Esta mañana no tenía miedo. Sabía que cuando despertara, el rotundo grito de dinosaurio en el que se ha convertido la voz de estos jóvenes seguiría allí.
Excelente!